La columna de Eugenio Vega: Los mejores productos a precios sin competencia, encuentra tu Bauhaus más cercana

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La Bauhaus no fue un movimiento, al menos durante los años que estuvo abierta. Era una escuela (mejor en unas cosas, peor en otras) de las muchas de similar concepción que había por entonces en Europa, y no representaba más que una parte de la modernidad de aquel tiempo. Esa idea de movimiento, en la que tanto empeño puso Walter Gropius en el exilio, tomó forma cuando Estados Unidos impulsó la creación de una República Federal fundada en algunos pilares culturales (la Bauhaus entre ellos) ajenos al pasado nacionalsocialista y a la influencia de la Unión Soviética.

No es extraño que Ursula von der Leyden (o quien haya sido) eligiera esta denominación para tan ambicioso proyecto. La palabra vale lo mismo para un roto que para un descosido. En realidad, la Bauhaus no deja de ser una de esas “tradiciones inventadas” de las que hablaban Hobsbsawn y Ranger, cuya principal virtud es que puede significar cualquier cosa, en cualquier momento y en cualquier lugar. Incluso puede suceder que se convierta en una de esas referencias banales que terminan por no decir nada. Quizá ahora convenga a la Comisión Europea dejar claro una sola idea: que esa propuesta, sea lo que sea, tiene que ver (y mucho) con Alemania.

Debo decir que para ser una chica encantadora e inteligente… ciertamente se ha rodeado de una notable colección de imbéciles.

Mark McPershon a Laura Hunt, en Laura (1944), de Otto Preminger

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